Ser deseada y desearme, ser el
objeto de deseo de otros y desear como objetos a quienes me son ajenos. El taconeo
y el movimiento de caderas que invita la mirada a desnudar. La música que va
arropando y solapando las caricias. El rojo que llama a la boca y el negro a la
cama. Como la almohada dispuesta a escuchar el grito estruendoso y el colchón
el rechinar del gemir. La lengua que se asoma y baila, deslizándose de arriba
hacia abajo.
Con morbo y sutileza las manos
sin rienda golpean al galope, sin frenos ni medidas amarran el cabello de quien
en forma desmedida no quiere la cosa. Desvanece el sonido con un beso
atrincherado. Mira al horizonte y se pierde en los altos picos de la dama.
Levanta la vista y reúne los
latidos cansados en el cerrar de ojos y apretar de dientes. Vuelve al ruedo y
gana al final, sin antes terminar lo que sólo tiene forma de tacones.
“Porque el deseo tiene cuerpo de
mujer, porque cada beso y cada dedo que desplazas sobre la piel como caminante
solitario, acompaña mi piel en la ausencia de mi amor, mi deseo y mi transitar
sobre mi”…. Camino de una Venus.